3.donde las siete cuadras aparecen por vez primera

Esther Blec debe estar caminando a lo de Cataneo, apretando los hombros, frunciendo los labios al juntarlos con la nariz para que, mientras mira bizcando hacia abajo, tener la sensación de controlar el mundo. Esther Blec que se muere porque la cojan, pero no dejará que Cataneo le toque ni los hombros. Y Cataneo maldecirá en la soledad, masturbándose, diciendo que Esther Blec es fea. No voy a negar que me muero de ganas de tomar la bicicleta y salir a recorrer el camino de casa de Esther Blec a lo de Cataneo, para que al volver, luego de subir la bicicleta dos pisos por escalera, describir los elementos que componen, en este momento, el mundo de Esther Blec, que es el de su casa a lo de Cataneo, pero en lugar de la bicicleta contra la pared, brillando en sus partes blancas bajo el sol, voy a encontrar la pared con la mancha anaranjada de una luz que, es posible, ni siquiera esté prendida al menos que un vecino, en ese preciso momento, esté merodeando por el palier. Así que nos contentaremos con eso, con que Esther Blec no va a dejar que Cataneo se quite las ganas con ella. Y volverá como orgullosa a su casa, para mañana contarme por MSN que Cataneo le anda queriendo meter el pene.
La jarra de Frescor ya no es ni siquiera la jarra de Frescor aguado. Ahora, sobre la mesa, el culito insignificante de agua y algo anaranjado y viscoso, está lejos de ser la jarra de Frescor que se inclinaba para tintinear con sus cubitos de hielo, que fue, luego, la jarra de Frescor aguado que, ya sumergida en la más penetrante angustia, fue una de las tantas cosas que se dejaron percibir por detrás de la imagen de dos heridas inflamadas. O sea mis ojos. Y Esther Blec abajo, junto al portero, esperando que me despierte para bajar a abrirle. Y la idea de la bicicleta y el paseo reflexivo que traería orden al mundo.
Esther Blec me contó, y es posible que recuerde casi todo mal, que conoció a Cateneo comprando arte en una galería del centro. Luego lo cruzó en un bar, borracha, y terminaron en el departamento de Cataneo. No me contó si dejó que toque sus tetas. No me contó si dejó que le toque la concha sobre el pantalón. No me dijo nada de si le tanteó el bulto. Solamente sé que, en mitad de algo así, Esther Blec decidió escapar, y es así desde hace más o menos dos meses. Come, sale de su casa, llega de Cataneo, hablan de lo que pasan por la televisión, Cataneo empieza a manosearla, Esther Blec escapa.
O sea que Esther Blec, por si sola, no puede, por el bien de ella misma, o sea no de Esther Blec, sino de la imagen, quedar ligada a, justamente, la imagen de lo que fue o es, según como se lo mire, un instante por llamarlo de alguna manera rápidamente, de alegría dentro de lo que es, generalmente, pura y aburrida y, por lo tanto, angustiante existencia. No puede suceder eso porque los tintineos, por insistentes que sean desde esa jarra de Frescor, no pueden ocultar ese mundo que nace desde Esther Blec a lo de Cataneo, esas sietes cuadras oscuras y anaranjadas por la luz eléctrica, oscuras y permanentes, donde Esther Blec, en el espejito retrovisor de un auto, se pintará los labios mientras mira de reojo su nariz huesuda.
Sin embargo la bicicleta, brillando al sol, es la idea de salir a pensar y el colchón nuevo la de mis patas sucias. Y Esther Blec la de la jarra de Frescor mientras dobla la cubetera para tirarle unos hielos dentro. Y la de mi brazo señalando el suelo apenas abro los ojos, dos disparos, tanta violencia. Dos disparos, violencia, brazo, jarra de Frescor aguado, bicicleta, Esther Blec, Frescor aguado con hielo, Frescor con hielo, alegría, Esther Blec, Cataneo y el espejito retrovisor mostrando una nariz huesuda.
Esther Blec debe estar preguntando a Cataneo, que intenta besarle el cuello, si la quiere. Cataneo la mira, le dice que no. Esther Blec no sabe como escapar, siempre escapo ella cuando le convenía, no cuando debía; siempre me contaba por MSN, llegaba y daba dos timbrazos, abría mis ojos, me llevaba lentamente al tintineo.
Cataneo le baja a abrir, ésta noche, mientras llora, la que se masturbará será Esther Blec y no él, que cierra la puerta de entrada pensando que, por fin, Esther Blec se fue de su casa.

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