1.donde abre los ojos

Dos disparos, como dos disparos me despertaron. Tanta violencia, tanta que aún mientras duermo se manifiesta. Me sobresalté, me sucede con cualquier cosa: una puerta que se abre en algún lado, el ruido de una persiana que el vecino levanta para sacar la cabeza y ver el sol, los vasos mal acomodados en el lavado de la cocina que, a mitad de la noche, se desploman misteriosamente. Era, lo supe enseguida, el timbre. No iba a moverme, no iba a atender, todavía podía dormir, podía seguir enredado en las sabanas, con el reflejo del televisor prendido que me da dolor de cabeza, la jarra de Frescor aguado (los hielos de anoche se derritieron) y el desorden acumulativo de la habitación.
Es imposible pensar: apenas abrí los ojos, antes que cualquier imagen definida para lanzarme sobre ella, la imaginación: como si los objetos que están a mí alrededor estuvieran recubiertos de una capa trasparente y aceitosa de WD-40 que impide fijar cualquier signo, símbolo o letrero que diga “soy la jarra con Frescor aguado”. Entonces veo, supongamos, la cama, parte de la pared y el suelo, pero adentro la imagen, la primera, es la de mis propios ojos como si fuesen el croquis que un cirujano hizo con un bisturí en el plano vertical y gris, como de nylon sucio, de mi existencia. Dos escisiones precisas que sangran y, mientras pasan los minutos, se van infectado, inflamando, supurando hasta que, del otro lado, mi brazo extendido, enredado, la sabana y parte del colchón descubierto (la primera angustia: el colchón es nuevo y no logro que quede tapado, que se proteja de mis movimientos, mi traspiración, de mis patas que seguro están sucias), el hormigueo en el hombro (me dormí sobre mi brazo otra vez) y allá, a lo ultimo, intacta y con su contenido aguado, la jarra de Frescor (los hielos de anoche se derritieron).
Como dos disparos y fui, antes de que vuelvan a dispararme boca abajo, a atender el portero eléctrico. Tanta violencia. Y cuando me volví a repetir lo mismo, tanta violencia, la imagen extremadamente simbólica de mis ojos como heridas de bisturí y mi brazo, en el fondo, enredado con las sabanas, apuntando a un suelo con jarra de Frescor aguado, es remplazada por el pensamiento salvador, pidiéndome a gritos que salga a pasear con la bicicleta, a que vayamos a darle un poco de orden al mundo (que es la conjugación del plano vertical y gris de mi existencia con el de los demás, horizontal y como de destino). Era Esther Blec, pasaba a saludar.

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