Bonhoff

No podía ser de otra manera, así que me enteré de que Bonhoff estaba internado grave charlando con el Turco Yamil Sarif Rodríguez de Bilingurt en la Bella Napoli. Sorrentinos especial Napoli para mí y para el Turco sorrentinos al Roquefort, como le gusta todo, al Roquefort. No recuerdo específicamente de que charlábamos esa noche, pero pienso que del Trinche Carlovich, de que el Trinche agarró la dirección técnica de Central Córdoba y que el Charrúa ganó en su debut como DT; pienso que del Álamo SRL: ¿y el José como anda? ¿y el Darío como anda? ¿y el Gerlo sigue siendo igual de hincha pelotas? Pienso que de un nuevo negocio del Turco, como podría ser comprar motos en invierno y venderlas en verano al doble –mejoradas por un mecánico amigo de no sé quien- y así ahorrar para un viaje a México con la simple intención de investigar sobre el narcosatanismo. Pienso que de Olga, la viejita de Superí: ¿sigue viva? Y ahí, seguramente ahí, porque se lo pregunté, porque lo recordó el Turco, porque quizás le dije “¿y le pediste a Bonhoff que te haga un mate cocido con dulce de leche?” o porque no es difícil pasar de la viejita de Superí al mítico y extravagante Bonhoff: no sabes, está internado grave, le agarró un infarto o algo así. Probablemente sea otro ACV, pensé fríamente mientras los sorrentinos humeaban calientes sobre la mesa. En ese momento la noticia no me impactó. Me sorprendí, claro, pero el Turco no pudo sospechar lo que eso significaba para mí porque esperaba sorprenderme con la noticia. Los dos admirábamos al comerciante de calle Baigorria pasando la vía, los dos lo habíamos visto leyendo el diario y los dos probamos su mate cocido con dulce de leche. Puedo recordar aún la barba, sus ojos azules y la boca un poco torcida, con la cabeza entre las bondiolas que colgaban del techo, los codos sobre el mostrador y su discurso comercial y tan ameno a las siete de la mañana. Así que, después de la desalentadora novedad sobre la salud de Bonhoff, después de recordar los quesos y las bondiolas, después de recordar el mate cocido con dulce de leche, pasamos a otros diversos temas con el Turco. No recuerdo cuales, pero puedo pensar que de si el señor que pasa mesa por mesa en la Bella Napoli preguntando si todo está bien, un señor gordo y con bigote, de ojos verdes, muy educado y agradable, es o no es el dueño del bodegón. Y pienso en el Turco diciéndome que no, es el hijo de la vieja, yo le vendo, la vieja es la que manda, tiene como ochenta años y es la que compra todo, es la tana que hace los sorrentinos, afirmó señalando su plato vacío. Así que Bonhoff está internado grave, me dije a mi mismo. Lo atendí dos años cuando era vendedor del Álamo SRL, lo visitaba los miércoles y los viernes a la mañana, me compraba un jamón crudo OW y un queso cremoso La Lechera. Era un cliente excelente, su defecto, si nos ponemos finos, era que te demandaba cuarenta minutos atenderlo. Primero el saludo formal, después se ponía a preparar dos mates cocidos con una cucharada de dulce de leche y empezaba con un monologo sobre las noticias del periódico que tenia bajo sus codos en el mostrador y, por ultimo, como una introducción al tema comercial que nos interesaba, me hacia pasar a la heladera conservadora de metal, gigante detrás de su mostrador, para mostrarme una colección de jamones crudos: los Serranos, los Parma, los Ibéricos, etc. Siempre me hacia pasar, siempre para ver esa heladera llena de los mas diversos especimenes de jamón crudo. Marca Swift, marca OW, marca Paladini, marca El Granjero Loco, marca Di Venedeti, marca frigorífico Friar, marca frigorífico El Amanecer, marca Valentín, marca Franja de Oro. El negocio de Bonhoff era comprar los baratos (cómo el OW o el Granjero Loco) y transformarlos en un jamón a la pimienta o en un Serrano importado. ¿A cuanto tenés el picadillo? me preguntaba y después de escuchar el precio que le decía, lo anotaba en una libretita y, cuando ya estaba en otros negocios haciendo mi trabajo, a las dos horas, a las tres quizás, me llamaba por celular: mandame diez pack pibe. Según Gerlo, el gerente-socio del Álamo SRL, Bonhoff era un re-distribuidor de la zona norte. Según Gerlo debía cuidarme con él, pero a mí no me importaba que anote los precios del picadillo en su libretita. Al otro día de enterarme de la noticia fui directamente a Baigorría al fondo, pasando la vía. Me bajé del bondi y caminé desde Baigorria y la vía hasta donde Baigorria dobla como para la derecha, yendo al barrio Rucci, ida y vuelta. Lo hice una vez y me fatigué, aunque sabía que el negocio de Bonhoff estaba ahí no más, a una cuadra de la vía, pero antes necesitaba pasear por el barrio. Algunos negocios cerraron, como el kiosquito de Quique, que ya cuando lo atendía, hace unos cinco años o más, tenía el mostrador de Arcor vacío y una heladera de Pritty donde exhibía dos o tres gaseosas marca Gaseosa, unos ravioles frescos La Salteña y, claro, las hamburguesas Finitas negruscas por haberles cortado la cadena de frío. Otros, para mi sorpresa, como el supermercado enfrente del negocio de Bonhoff, en igual o peores condiciones que el kiosco de Quique, seguían abiertos. En donde estaba el negocio de Bonhoff había una persiana cerrada. Se me ocurrió tocar el timbre en la puerta del vecino de la derecha para preguntar por el dueño del local cerrado, salió un muchacho de mi edad, quizás mayor. Me dijo que no tenía idea de porque el negocio había cerrado, quizás su madre podía saber porque conocía a al dueño, pero en ese momento no se encontraba. Luego crucé al super de enfrente a preguntar por Bonhoff. El dueño, que no me reconoció o quiso no reconocerme, me confirmó lo que sospechaba: Bonhoff tuvo otro ACV. Me respondió de mala gana que no sabía donde lo habían internado y una viejita que estaba haciendo cola en la única caja del supermercado en decadencia, en un arrebato de chusma, me dijo que estaba internado en el PAMI II, en el PAMI de ahí cerca de la cancha, me dijo. Se lo agradecí. No había mucho más que hacer por ese barrio, pero mientras esperaba el bondi que me iba a llevar al centro, lugar al que tenía que volver para cumplir con mis obligaciones laborales, se me ocurrió algo que me estremeció: ¿y si el muchacho que me atendió en la casa vecina de la derecha del local que pertenecía al negocio de Bonhoff era su hijo? ¿Uno de los hijos de Bonhoff? En ese momento decidí que a la tarde volvería a la zona norte, al PAMI II. Hace más de cuatro años, muchos más, hace seis años probablemente, mientras trabajaba en el Álamo SRL, Bonhoff sufrió su segundo ACV. Sobrevivió y se recuperó muy rápidamente, y mientras se recuperaba puso de encargado del local a un muchacho que me hacia las compras. Eso suponía una agilidad extra en el tramite de atender a Bonhoff, pero esa agilidad duró dos semanas, a la tercera el muchacho me dijo si quería pasar al fondo del local, por la puerta que conducía a lo que yo pensaba era el deposito del local, una puerta disimulada con un almanaque al lado de la heladera conservadora de metal, atrás del mostrador. No era un deposito, era su habitación. Bonhoff estaba postrado en una silla de ruedas, frente a una pequeña mesa con papeles, facturas de impuestos, de la Serenísima, de Coca cola, etc. Había preparado dos mates cocidos con una cucharada de dulce de leche, así que desayunamos. Hablamos de política, del jamón crudo OW, de Gerlo, de la vida. Durante tres meses todos los miércoles y viernes pasé a esa pieza a escuchar, con una voz de ultra tumba, llena de trabas y tos, llena de espasmos porque se ahogaba con su mate cocido con dulce de leche, las opiniones de Bonhoff sobre quesos, sobre el diario, lo de siempre. Hasta que un día me empezó a hablar de su juventud, de sus primeros negocios, de sus primeros amores. Ese día, ahí, cuando terminó de decir la palabra amor, me contó su secreto. Me contó que cuando era más joven, antes de su primer ACV, el negocio era una fachada para dedicarse a otra cosa. Bonhoff ofrecía embarazar a las mujeres de hombres estériles por un módico precio. No llegué a comprender o a entender el precio que pedía, porque empezó a toser. Me dijo que era muy conocido en la ciudad, que había hecho muchísimos trabajos. Eso era antes que empezaran con la concepción artificial y esas cosas pibe. Así qué, como pude entender de golpe, mi querido Bonhoff, ese comerciante de calle Baigorria que amaba el jamón crudo, se cojía directamente a sus clientes allí, en esa pequeña habitación donde charlábamos. Una vez consumado el hecho (o sea el embarazo), la mujer volvía satisfecha y le pagaba. Según él, la mayoría de los casos eran mujeres que acudían en secreto, a espaldas del marido, recomendadas por el doctor que los trataba a ambos para poder tener hijos. Después el medico pasaba y se llevaba su tajada. La excusa era no deprimir al marido con que no podía seguir con la estirpe y esas cosas. Evitar un suicidio, les decía el doctor a las mujercitas desesperadas. Bonhoff, sentado en su silla de ruedas, disfrutando de su mate cocido con dulce de leche, empezó a contarme esa historia como si hablara de la diferencia entre tal queso y éste otro, como si la diferencia entre un queso Gruyere y uno Roquefort no sea, al fin, que uno de los dos está rancio. Me dijo que le gustaba ir caminando por la ciudad e ir mirando a los muchachos jóvenes, muchachos y muchachas, imaginando si son o no sus hijos. Muchas veces, me dijo, me encontré a una cliente cenando en algún restaurante con su familia y, de golpe, conocía al marido y al muchachito, sentado entre ellos, cenando en familia: mi hijo, entendés pibe, mi hijo o mi hija, da lo mismo pibe. Cerró la conversación diciendo que él nunca tuvo hijos suyos, pero que se contenta con ver, de vez en cuando, a alguno de los otros, de sus hijos de otros. Mi vecino sin ir más lejos, dijo con esa voz de pájaro enfermo mientras se volvía a ahogar con su mate cocido con dulce de leche. A los seis días Gerlo me quitó la zona norte y me pasó al centro, así que esa conversación fue mi despedida. Nunca más lo volví a ver, hasta que el Turco Yamil Sarif Rodríguez de Bilingurt, mientras cenábamos en la Bella Napoli, me contó que Bonhoff estaba grave. A la tarde volví al PAMI II. Aquí murió mi abuelo, pensé irónicamente. Después de tomarme un cafecito en Capitan Pitin, fui a buscar al comerciante de calle Baigorria dentro del hospital. Encontrarlo no me costó, estaba en terapia intensiva o en coronaria, no lo recuerdo. Pasé diciendo que Bonhoff era mi pariente, no me costó más que eso y esperar un poco para ingresar a la sala llena de camillas. Fui paseando entre los enfermos de terapia, todos viejitos que se morían con los ojos cerrados, pero Bonhoff los tenía abiertos. Estaba solo, eso me alivió, así que me coloqué a su lado y lo saludé. Sus ojos se clavaron en mí, abiertos, fijos, como si se salieran de orbita. No contestó. Tenia varios sueros y una sonda por la nariz y otra por el pene, pensé que por eso no podía contestarme. También pensé en por qué tenía sondas, y si realmente ese era él. Hola Bonhoff, le dije a su rostro flaco, recubierto de barba, a sus ojos abiertos más que nunca y azules, que me miraban con la fijeza del sol. Hola padre de todos los muchachos y muchachas de Rosario. Bonhoff abrió más lo ojos. No te preocupes, le dije, voy a guardar tu secreto. Vine a decirte eso, que voy a guardar tu secreto. Después de terminar de decir esa frase, llegaron dos enfermeras para cambiarlo de posición. Me di medía vuelta y antes de que empiecen a preguntarme cualquier cosa, me escapé entre las camillas, entre los viejitos que se morían con los ojos cerrados. A los pocos metros volví la vista hacia él. Tenía los ojos cada vez más abiertos, como si quisiera decir algo, pero no podía, el ACV lo había fulminado. Apenas podía pestañar y estaba lleno de sondas (no sé por qué), así que abría cada vez más lo ojos y esa, la de los ojos cada vez más abiertos y fijos como el sol, es la ultima imagen que conservo de mi padre vivo. Bonhoff murió por una neumonía hospitalaria a los dos meses, lo velaron en Caramuto, no fui allí ni al entierro en el cementerio La Paz. Tampoco supe -ni creo que lo sepa con certeza- si alguno de sus otros hijos estuvo presente en esas típicas ceremonias de despedida. En su tumba no hay un epitafio. Donde estaba su negocio ahora hay una granjita, el Turco la atiende, compra muy bien el queso cremoso La Lechera, me dijo mientras almorzábamos en el Bar Lido. Los dos comíamos unas marineras con papas fritas, no recuerdo específicamente de que charlábamos ese día, pienso que del Trinche Carlovich, de que el Trinche ahora era manager del Charrúa, pienso que de algún negocio del Turco, como podría ser viajar al Chaco con un detector de metales.